Cuando Gian Carlo Di Martino asumió por primera vez la Alcaldía de Maracaibo, la ciudad vibraba con otro pulso. A
inicios del siglo XXI, impulsada por una economía en auge y el respaldo del petróleo, Maracaibo brillaba como un epicentro cultural, deportivo y comercial. Entre 2000 y 2008, su gestión dejó marcas indelebles: calles mejoradas, luchas frontales contra la delincuencia organizada, avances en salud comunitaria, apoyo al deporte y una agenda cultural que exaltaba la gaita como emblema zuliano. La ciudad, incluso, se lució como sede de la Copa América, proyectándose con orgullo al continente. Pero 2025 no es 2007. Di Martino regresa a una Maracaibo con complejidades profundas: infraestructura en ruinas, servicios colapsados, transporte caótico y un descontento y apatía que resuena en cada esquina. Gobernar ya no es suficiente; el desafío ahora es titánico:
reconstruir una ciudad y devolverle su alma.
Un plan para revertir el colapso
La estrategia está contenida en el Plan de Gobierno Municipal 2025–2029, un proyecto ambicioso que combina gestión técnica con participación ciudadana. Inspirado en el Plan de la Patria y las 7 Transformaciones nacionales, la propuesta busca que el Poder Popular Comunal no sea un espectador, sino un actor directo en las decisiones de gobierno.
El plan apuesta a reactivar la economía a través de una Zona Económica Especial, atraer inversiones, modernizar mercados populares y convertir espacios como la Plaza Baralt o el mercado Las Pulgas en puntos seguros, limpios y turísticos. En paralelo, la recuperación de servicios básicos se plantea como una política de choque: 150 nuevos camiones de recolección de basura, rutas de transporte ampliadas y accesibles, y rehabilitación de calles en coordinación con las comunidades.
En seguridad, la propuesta es modernizar Polimaracaibo con tecnología de vigilancia, crear una sala situacional de monitoreo y fortalecer comités ciudadanos de prevención. En lo social, el relanzamiento de Salud Maracaibo, clínicas móviles, programas para jóvenes y una agenda cultural robusta, desde escuelas de gaita hasta aldeas artesanales indígenas, forman parte de una visión integral.
Entre la nostalgia y el pragmatismo
En términos políticos, Di Martino carga con un activo poco común: memoria positiva de gestión. Sus dos mandatos anteriores le dejaron una base de legitimidad y conocimiento de la maquinaria municipal. Pero el desafío actual no es repetir un modelo, sino adaptarlo a una realidad de recursos escasos y demandas múltiples.
La nostalgia por una Maracaibo ordenada y próspera puede abrirle puertas, pero solo el pragmatismo, entendido como la capacidad de transformar planos en resultados concretos, podrá sostener la confianza ciudadana. El éxito de su mandato dependerá, en gran medida, de su habilidad para articular alianzas estratégicas con el sector privado; empresarios y comerciantes, así como para atraer inversiones. Igualmente, será fundamental establecer canales efectivos de coordinación con el gobierno regional encabezado por el gobernador Luis Caldera y asegurar el respaldo de inversión del gobierno nacional encabezado por el presidente Maduro. Por encima de todo, deberá ofrecer resultados visibles en el corto plazo que renueven la esperanza colectiva. Transparencia, eficiencia, modernización, empatía y capacidad de respuesta serán criterios decisivos para evaluar su nueva gestión.
Más que obras: reconstruir la narrativa de ciudad
Maracaibo no solo necesita calles asfaltadas y basura recogida; necesita recuperar un relato de orgullo colectivo y de jactancia regional. En politología se diría que Di Martino enfrenta un reto de reconstrucción simbólica: devolver a los maracaiberos la sensación de vivir en una ciudad que vale la pena habitar y defender.
Si logra ejecutar su plan con éxito en medio de un contexto adverso, su gestión podría convertirse en un ejemplo de cómo un liderazgo local con amplio reconocimiento es capaz de transformar una crisis estructural en un renacimiento urbano. De fracasar, la “misión imposible” se sumará a la larga lista de promesas incumplidas que han marcado la última década en la clase política venezolana. Diferenciarse no sería solo un reto personal sino una necesidad colectiva en su municipio. El desenlace dependerá de si logra que su apellido vuelva a asociarse no solo con el recuerdo de lo que fue Maracaibo, sino con la certeza de lo que puede volver a ser.