Análisis
El encuentro de Trump con Putin en Alaska sirvió lo mesa para poner fin a la guerra en Ucrania
La cumbre de Alaska no produjo acuerdos ni avances sustanciales, pero el solo hecho de que se realizara ya constituye un hecho histórico. Para algunos, representa el inicio de una posible vía diplomática, para otros, un show político sin sustancia
18 de agosto, 2025
Por: Polianalítica
El pasado viernes 15 de agosto de 2025, el mundo volvió a centrar su atención en un encuentro de alto voltaje político, Donald Trump y Vladimir Putin se reunieron cara a cara en Alaska. Fue una cumbre sin precedentes desde el fin de la Guerra Fría, celebrada en la Base Conjunta Elmendorf Richardson, en Anchorage. El lugar no fue elegido al azar, Alaska, antigua posesión rusa y fuera de la jurisdicción de la Corte Penal Internacional, ofrecía tanto seguridad legal para Putin como un poderoso simbolismo geopolítico.
El ambiente fue cuidadosamente orquestado. Putin fue recibido con alfombra roja, una pasada aérea de aviones militares estadounidenses, y un recorrido breve, junto a Trump en la limusina presidencial. La imagen proyectada fue clara: dos líderes fuertes, frente a frente, en una reunión que buscaba redefinir las dinámicas globales en torno al conflicto de Ucrania.
Aunque los detalles formales del encuentro fueron escasos, se sabía que el tema central era la guerra en Ucrania. La presencia de figuras clave como el secretario de Estado Marco Rubio, el enviado especial Steve Witkoff y altos mandos rusos, como el canciller Sergei Lavrov, dejaba claro que se intentaba algo más que un simple gesto político.
Sin embargo, la reunión bilateral duró menos de tres horas, y el contenido fue, cuanto menos, opaco. Ambos líderes ofrecieron breves declaraciones sin responder preguntas. Putin habló primero, destacando la “necesidad de resolver las causas fundamentales del conflicto”. Trump, por su parte, lanzó una de sus frases características, “Muchos puntos quedaron acordados, pero algunos aún no. No hay acuerdo hasta que haya un acuerdo”.
Días después, el mandatario estadounidense fue más allá, sugiriendo que Ucrania debería considerar ceder parte de su territorio como condición para la paz, algo que provocó reacciones inmediatas tanto en Kiev como en Europa.
Para Putin, la cumbre representó una victoria simbólica importante. Tras años de aislamiento internacional y con una orden de arresto internacional aún vigente, el líder ruso fue recibido en suelo estadounidense con todos los honores. Esta normalización de su figura en la escena global refuerza su narrativa de legitimidad ante el conflicto.
En Washington, sin embargo, la recepción fue muy diferente. Desde ambos lados del espectro político surgieron críticas hacia Trump por lo que muchos vieron como un trato de “alfombra roja” a un criminal de guerra. Los analistas advierten que, aunque no hubo avances concretos, la puesta en escena favoreció a Putin en términos de imagen y debilitó la posición negociadora de Occidente.
Mientras tanto, en Kiev, el presidente Volodymyr Zelenskyy rechazó rotundamente cualquier iniciativa que no incluyera participación directa de Ucrania. “No se puede negociar la paz sobre nuestra soberanía sin nosotros”, afirmó.
Un detalle curioso fue revelado tras la cumbre, Donald Trump entregó a Putin una carta escrita por su esposa, Melania Trump, enfocada en los niños ucranianos secuestrados durante la guerra. El gesto, más simbólico que estratégico, buscó humanizar el encuentro, aunque poco contribuyó a un avance real.
Al final del encuentro, Putin extendió una invitación a Trump para una próxima reunión en Moscú. Trump la calificó de “interesante”, aunque reconoció que sería una decisión políticamente controvertida.
La cumbre de Alaska no produjo acuerdos ni avances sustanciales. Sin embargo, el solo hecho de que se realizara ya constituye un hecho histórico. Para algunos, representa el inicio de una posible vía diplomática; para otros, un show político sin sustancia real.
Lo que está claro es que el conflicto en Ucrania continúa, y la búsqueda de una solución duradera parece más lejana que nunca. En ese contexto, esta cumbre sirvió más como un espejo de las tensiones globales que como una plataforma de solución.