Análisis
Maduro no se intimida y sube el tono ante nuevas amenazas de invasión militar
El mandatario se proyecta como un líder con nervios de acero, decidido a enfrentar lo que describe como una ofensiva imperialista sin precedentes, y exige a sus bases disciplina y lealtad absoluta. endurece su posición y eleva el tono de confrontación
21 de agosto, 2025
Por: Polianalítica
El aumento de tensiones entre Estados Unidos y Venezuela se ha convertido en un nuevo punto crítico en la política hemisférica. El anuncio del gobierno estadounidense de desplegar tres destructores en el límite del mar venezolano, con el argumento de enfrentar a cárteles latinoamericanos de drogas, ha sido interpretado por Caracas no como un simple operativo antidrogas, sino como una clara amenaza de invasión y una maniobra de proyección de poder en el Caribe. En este contexto, el presidente Nicolás Maduro respondió elevando el tono de su discurso y colocando al país en estado de alerta permanente.
Lejos de mostrar debilidad, Maduro reafirmó que “nadie tocará jamás a Venezuela” y reiteró que el mar Caribe es territorio soberano venezolano, rechazando cualquier intento de los Estados Unidos por imponer control militar en aguas que históricamente han sido consideradas parte de su área de influencia.
En este marco, Maduro ha anunciado la activación de más de 4.500.000 milicianos armados, desplegados a lo largo y ancho del país, incluyendo la milicia campesina y la milicia obrera, con el objetivo de garantizar la defensa integral de la nación. Estas fuerzas populares, dotadas de fusiles y proyectiles, se convierten en un elemento central dentro de la estrategia de disuasión defensiva frente a un enemigo externo que Caracas identifica como un imperio en decadencia. “El imperio se volvió loco”, sentenció Maduro, al señalar que Estados Unidos no ha podido detener por ninguna vía los avances de su gobierno. Este discurso refleja la lógica de resistencia nacionalista y antiimperialista que ha caracterizado al chavismo desde sus orígenes y que en la coyuntura actual adquiere mayor intensidad frente a la posibilidad de un conflicto directo.
En paralelo, el gobierno venezolano adoptó medidas preventivas en materia de seguridad tecnológica. La prohibición temporal de compra, venta, fabricación y uso de drones, publicada en la Gaceta Oficial, responde a la preocupación por posibles operaciones encubiertas o de sabotaje que podrían utilizar estos dispositivos en acciones desestabilizadoras. La medida tiene un claro valor simbólico y estratégico: evidencia que el Estado asume la defensa no solo en el terreno militar convencional, sino también frente a las nuevas tecnologías que podrían ser empleadas para vulnerar su soberanía.
A estas decisiones se suman las recientes denuncias del Ministro de Interior, Justicia y Paz Diosdado Cabello, uno de los principales dirigentes del sector oficial, quien en los últimos días afirmó que los organismos de seguridad han desmantelado presuntas células terroristas en diferentes regiones del país. Según Cabello, estas estructuras clandestinas estarían vinculadas con planes de violencia interna coordinados por María Corina Machado e Iván Simonovis, en el marco de una agenda de desestabilización contra el gobierno. Tales acusaciones se inscriben en la narrativa oficial de un Estado constantemente asediado, lo que refuerza el argumento de que Venezuela enfrenta una guerra no convencional, donde la frontera entre la amenaza interna y la presión internacional se desdibuja.
El gobierno venezolano ha convertido cada acción de Estados Unidos y cada episodio interno de violencia en una amenaza existencial contra la nación, lo que legitima la adopción de medidas excepcionales como el despliegue de los milicianos y la plena alerta de los organismos de inteligencia. Al mismo tiempo, esta narrativa busca generar cohesión interna y lealtad absoluta al liderazgo de Maduro, presentando la defensa de la patria y la salvaguardia de la soberanía como una causa colectiva que trasciende divisiones políticas o sociales.
Finalmente, la coyuntura actual refleja un choque estructural entre un poder hegemónico que pretende reafirmar su control sobre el hemisferio y un Estado no alienado que, a pesar de su asimetría en capacidad material, apuesta a la resistencia mediante la movilización de masas, la disuasión militar y el discurso nacionalista. Maduro se proyecta como un líder con nervios de acero, decidido a enfrentar lo que describe como una ofensiva imperialista sin precedentes, y exige a sus bases disciplina y lealtad absoluta. La incógnita es si esta estrategia logrará consolidar la unidad nacional en torno al chavismo o si, por el contrario, el incremento de la presión militar, diplomática y económica de Estados Unidos abrirá nuevas fisuras en la política interna venezolana. Lo que resulta claro es que, frente a las nuevas amenazas de invasión, Maduro no se intimida: endurece su posición, eleva el tono de confrontación y activa todos los resortes del Estado para sostener la narrativa de soberanía y resistencia.