El diputado electo a la Asamblea Nacional, Henrique Capriles se pronunció a través de sus redes sociales el 1 de septiembre de 2025, marcando un giro en el debate opositor al lanzar duras críticas contra los sectores más radicales y al mismo tiempo intentar reposicionarse como un conciliador capaz de ofrecer propuestas viables a la crisis venezolana. En un escenario donde la polarización ha dejado a la sociedad atrapada entre un poder que, de acuerdo a Capriles, se sostiene a la fuerza y una oposición dividida, el diputado busca erigirse como el referente de un centro político que apueste por soluciones concretas en lugar de promesas inviables.
Desde el inicio, planteó un contraste que articula todo su discurso: “Maduro tiene poder pero no legitimidad (…) El poder se sostiene a la fuerza, no tienen legitimidad, generando más conflicto, más crisis política y más presos”. La frase concentra dos ideas estratégicas: el reconocimiento del hecho de que el gobierno controla el aparato estatal y la denuncia de que ese poder carece de legitimidad popular. Con ello, Capriles intenta situarse en una línea distinta a la de quienes prometen derrotar al chavismo de un solo golpe, pero también lejos de la pasividad o la resignación.
Su discurso mezcla diagnóstico y propuestas. La primera, y más inmediata, fue la exigencia de un indulto general para los presos políticos. “Él tiene el poder de abrir las cárceles. ¿Es malo acaso buscar la liberación de los presos políticos?”, subrayó. El planteamiento es significativo porque busca humanizar la política: apela directamente al drama de miles de familias y coloca la presión sobre el propio Maduro, al que desafía a usar su poder en una dirección de reconciliación mínima. La medida tiene una doble función: exhibe a Capriles como defensor de derechos fundamentales y, al mismo tiempo, como un líder que no teme proponer salidas posibles dentro de la realidad de poder existente.
Su segunda propuesta, mucho más arriesgada, fue la posibilidad de un encuentro directo entre Donald Trump y Nicolás Maduro. Al recordar que Trump se reunió con líderes de Rusia, Corea del Norte y China, Capriles sostuvo que un “cara a cara” con Maduro podría abrir caminos inéditos para Venezuela, incluso sugiriendo la Asamblea General de la ONU como escenario. En términos analíticos, el planteamiento revela su visión pragmática: la política internacional se mueve por intereses, no por afinidades ideológicas, y en ese terreno lo relevante es abrir espacios que beneficien al país. La audacia de la idea también envía un mensaje interno: está dispuesto a pensar fuera de los moldes tradicionales de la oposición venezolana.
La otra cara de su intervención fueron los dardos dirigidos a sectores de la oposición, en especial al grupo alineado con María Corina Machado y a lo que fue el “gobierno interino” de Juan Guaidó. Calificó aquel episodio como un “capítulo nefasto” y recordó cómo episodios como la Operación Libertad del 30 de abril de 2019 o las movilizaciones post-electorales de 2024 terminaron en frustración, represión y abandono de la gente. Su acusación es clara: hubo chantaje, manipulación y falsas promesas que terminaron desgastando a la ciudadanía y debilitando la causa democrática. Con este argumento, Capriles se coloca como la voz de quienes se sintieron defraudados por los liderazgos que, a su juicio, prefirieron la retórica del “todo o nada” a la construcción de soluciones sostenibles.
Pero no se quedó en la crítica. Acompañó su discurso con propuestas sociales concretas: un bono trimestral de 120 dólares para los pensionados, el aumento de la pensión a 60 dólares en enero y la indexación de esta al tipo de cambio oficial. Al poner sobre la mesa medidas económicas puntuales, Capriles conecta con una realidad que toca a millones de venezolanos: la precariedad de ingresos y el abandono de los sectores más vulnerables. En términos de estrategia, busca diferenciarse de un liderazgo opositor enfocado casi exclusivamente en lo político, para mostrarse como un actor que no pierde de vista el drama social.
Uno de los aspectos más llamativos de su pronunciamiento fue la claridad con la que expuso su visión de largo plazo. A diferencia de otros dirigentes que concentran todo en el próximo ciclo electoral, Capriles dejo en evidencia que trabaja con la mirada puesta en 2030. Su objetivo es consolidar una narrativa de persistencia que lo proyecte como un referente estable en un país donde la falta de liderazgos sólidos y presentes en las comunidades es evidente. Este horizonte le permite moverse con paciencia estratégica: no busca la popularidad inmediata, sino el terreno firme para convertirse en el relevo de una dirigencia opositora desgastada.
El análisis de su posicionamiento revela tanto oportunidades como riesgos. Su discurso puede ser leído como una apuesta a la moderación y al pragmatismo en un país agotado por la confrontación y la polarización. Sus propuestas concretas (indulto, negociación internacional, medidas económicas) lo muestran como un político dispuesto a aterrizar la discusión en lo posible. Sin embargo, el riesgo es evidente: los sectores radicales de la oposición pueden acusarlo de legitimador del chavismo, mientras que el oficialismo podría simplemente ignorar sus llamados. El éxito de su estrategia dependerá de si logra traducir sus planteamientos en hechos verificables y, sobre todo, en confianza ciudadana.
En conclusión, el pronunciamiento del 1 de septiembre posiciona a Capriles como una figura que busca recuperar espacios políticos sobre la base de propuestas realistas y críticas al extremismo opositor. Si logra sostener esta línea y conectar con una ciudadanía hastiada, podría convertirse en el gran conciliador que articule una oposición renovada y, eventualmente, un proyecto nacional capaz de enfrentar el poder que hoy gobierna Venezuela.