Análisis
Ahmed al-Sharaa: de comandante terrorista de Al Qaeda a invitado de honor en la Casa Blanca
¿Ahmed al-Sharaa es realmente un reformista o simplemente un estratega que ha aprendido a hablar el lenguaje del poder internacional?
13 de noviembre, 2025
Por: Polianalítica
La historia de Ahmed al-Sharaa parece un relato imposible en el tablero político de Medio Oriente. Nacido en 1982 y criado entre Arabia Saudita y Siria, al-Sharaa comenzó su camino en los años más oscuros de la insurgencia iraquí, donde formó parte de las filas de Al Qaeda en Irak. Allí forjó su reputación como estratega militar y comandante, un nombre temido en los campos de batalla, marcado por su lealtad a la organización fundada por Osama bin Laden. Sin embargo, con el estallido de la guerra civil siria en 2011, su destino dio un giro que lo llevaría de los desiertos de la yihad a los pasillos del poder.
Aprovechando el caos del conflicto, al-Sharaa fundó Jabhat al-Nusra, el brazo sirio de Al Qaeda, con el objetivo de derrocar al régimen de Bashar al-Assad. Su grupo se consolidó como una de las fuerzas rebeldes más disciplinadas y eficaces del país. Pero el comandante comprendió que la etiqueta de “terrorista” cerraba todas las puertas políticas. En 2016 anunció la ruptura con Al Qaeda y transformó su organización en Hayat Tahrir al-Sham (HTS), un movimiento que, bajo su mando, empezó a construir una administración civil en la provincia de Idlib. Con estructuras de gobierno, tribunales religiosos y una economía local controlada, al-Sharaa comenzó a presentarse no como un extremista, sino como un líder pragmático capaz de gobernar.
Tras más de una década de guerra, y con el régimen de Assad debilitado por sanciones, aislamiento internacional y presiones internas, la coalición liderada por al-Sharaa logró una ofensiva a finales de 2024 que terminó con la caída del régimen de al Assad en Damasco. En enero de 2025 fue proclamado presidente interino de Siria, con la promesa de conducir al país hacia una transición política. En pocos meses, su discurso cambió radicalmente, dejó atrás la retórica religiosa, se mostró en trajes occidentales, habló de pluralismo, reconciliación y reconstrucción nacional. Su metamorfosis fue tan grande como desconcertante.
Occidente, cansado de un conflicto sin fin y de la amenaza de nuevas oleadas de refugiados, optó por el pragmatismo. Las sanciones comenzaron a levantarse y las embajadas volvieron a abrir. En Washington, el nuevo liderazgo estadounidense lo recibió como “una oportunidad para una Siria estable”. Su presencia en la Casa Blanca, en una cena oficial junto al presidente de Estados Unidos, simbolizó el punto culminante de su proceso de legitimación, el antiguo comandante de Al Qaeda convertido en invitado de honor, presentado como socio en la reconstrucción del Medio Oriente.
Detrás de los gestos diplomáticos persisten las dudas. ¿Ahmed al-Sharaa es realmente un reformista o simplemente un estratega que ha aprendido a hablar el lenguaje del poder internacional? Aunque ha prometido elecciones en cuatro años y el desmantelamiento de las milicias, sigue gobernando mediante estructuras creadas por HTS y con control absoluto sobre las fuerzas de seguridad. Su gobierno interino carece de oposición real y las minorías étnicas y religiosas observan con desconfianza sus movimientos.
La trayectoria de al-Sharaa refleja las paradojas del mundo: en un mundo donde los enemigos de ayer pueden convertirse en aliados de hoy, la línea entre la redención y la conveniencia se vuelve borrosa. De comandante terrorista a presidente reconocido, de las montañas de Idlib al Salón Oval, su ascenso no solo redefine la política siria, sino que obliga a Occidente a confrontar una incómoda pregunta ¿hasta qué punto la estabilidad justifica el olvido?