En días recientes el mundo ha conocido al sucesor de Pedro y Francisco, el tercero en el siglo XXI y el segundo que proviene de américa, un salto significativo en el proceso evolutivo de la Iglesia Católica, lo que conduce a pensar en los profundos cambios que transita el Vaticano, para sostenerse en un Sistema Internacional que aun cuando es reconocido como multipolar, no es garantía de equilibrio, o supervivencia para ningún actor internacional no disruptivo.
Es posible pensar que de León XIV, la humanidad logre ver un pontificado largo, a sus 69 años es relativamente joven, y opuesto a las ideas conservadoras que se han sostenido en la curia, de que hombres jóvenes pueden abrir camino a peligros en la responsabilidad teológica, espiritual y política.
La efervescencia de cambios radicales en el pensamiento y la acción de los cardenales jóvenes, está marchando siempre sobre dos ejes: la doctrina, disputable entre conservadores y progresistas, cuya tensión puede llevar a la aparición de divisiones, como el de los lefebvrianos, y la liturgia, la constelación de ritos, ceremonias, oraciones y símbolos en los que la iglesia expresa su fe, muestra los peligros de relajamiento de normas o la imposición de estilos, que llevan a sostener que esa situación no ocurriría con candidatos papables de edad más avanzada.
Los Cónclaves que se dieron hasta 2005, parecían estar provistos por la idea de que el alineamiento con la doctrina y su capacidad para preservar la unidad de la iglesia, era la norma rectora, hoy día, quizás, para 1.300 millones de feligreses, la cuestión relativa a su solidez, se deba más por la capacidad de adecuarse a las corrientes de pensamiento que las épocas de cambios suelen traer, y con ello una carga pesada de valores y creencias que no les son propios.
Es así como la afirmación de que, a cada hombre según su tiempo, sea la manera en la que se puede analizar la entrada del nuevo papa, en la representación más significativa de la acción de fe, y la representación política que tiene el Vaticano, puesto que, aunque el Estado y la Iglesia se hayan dividido, no hay institución más propia de la civilización Occidental que la Iglesia Católica.
Por supuesto, al escoger su nombre como papa, Robert Francis Prevost, ha expuesto no solo su aspiración de querer emular a algún pontífice del pasado, sino que expone las ideas, los intereses y las percepciones que tiene; sin embargo, el que algunos se llamen “Pio” o “León”, los conduce más a un camino político, el primero asociado a los anti-modernistas y a la defensa de la autoridad papal frente al mundo moderno, el segundo a los reformistas; de allí que se hable de León XIII y su famosa encíclica “Rerum Novarum” para promover la justicia social.
El nombre papal es entonces una declaración de intenciones, el papa Francisco simbolizó reforma y pobreza -sin que esto último se entienda en modo peyorativo-, mientras que Benedicto XVI tradición y diálogo, incluso, Juan Pablo II con renovación pastoral y diálogo con el mundo moderno.
Regido por este orden de ideas, todo Obispo y luego Cardenal, sigue una línea de inspiración espiritual que le es guía y brújula pastoral; en ese sentido, Prevost ha confiado en que su ministerio asume la sucesión del papa León XIII, quien rigió a la Iglesia entre 1878 y 1903, su aporte centrado en la defensa de los trabajadores, la dignidad de la persona humana, el derecho de propiedad, la cooperación entre las clases sociales y las asociaciones profesionales, marcan la esencia de la primera gran declaración social de la Iglesia, conocida como la encíclica Rerum Novarum.
Con base en lo anterior, es así como la Doctrina Social de la Iglesia vio luz, forjando las bases para que la iglesia y el papa pudieran participar más y activamente, en la política y las causas sociales, con la concepción de la justicia social y la solidaridad, lo que hace que León XIII sea el primero que dibuje el marco de acción de una Iglesia que se mueve alrededor de la ciudadanía y no al revés, buscando adecuadas respuestas a los problemas sociales promovidos por la realidad económica, por la crítica al socialismo y las ideologías que amenazan la dignidad humana.
Bajo estos auspicios, del Vaticano se puede esperar una posición de mayor sensibilidad, pero también de mayor fuerza y de poco ostracismo, lo que en el último lustro la hizo permisiva y excesivamente tolerante; de ese modo León XIV no es un papa convencional, y siguiendo el fomento de la educación católica, de formar a la juventud en valores cristianos y sociales, el agustino que cumplió misión en el Perú, hará esfuerzos por enseñar la libertad religiosa, la enseñanza de la Iglesia sobre la libertad humana y su relación con la autoridad civil.
Tendrá también -y con toda razón-, que mantener cuidado con las luchas de poder y la ambición política de su alrededor, la inexperiencia en diplomacia eclesiástica, quizás, de arranque, sea lo que más cueste, manejarse frente otros Estados, sostener un diálogo interreligioso como lo hizo Francisco, o enfrentar crisis globales, son cosas que deberá afrontar no solo con la ayuda del Espíritu Santo, sino con el bagaje de insumos que el ministerio religioso les ha dado junto a la experiencia que aportan los años de su vida.
Lo anterior es señal de que comience a interpretar a la Iglesia en un cuerpo que se desdobla y asume una presencia geopolítica, no por el control de los mares, del corazón de la tierra o del aire y los puntos de acceso entre continentes, o de eso que los geopolíticos llaman el Heartland -corazón de la tierra-, sino porque debe asumir la misión de profesar la fe, y consolidar su presencia en los lugares a los que no se ha llegado todavía.
Por ahora, mientras Su Santidad conserve sus capacidades físicas y mentales, podrá ejercer una labor peregrina como la de San Juan Pablo II, y si el Sistema Internacional lo permite, manifestarse en una era que necesita de gente que interprete el rumbo del siglo, abriendo paso a un serio y verdadero cambio de época.
Son estas las razones y son estos los desafíos, que se deben esperar de León XIV.